El auge económico de China es uno de los acontecimientos más destacados del siglo XXI. Este auge está protagonizado por su fuerte potencial demográfico; su elevada tasa de ahorro interna y la gran apertura al exterior. De mantenerse estas tendencias en los próximos decenios, a buen seguro cambiará sustancialmente el mapa económico del planeta.
En los últimos 30 años, el crecimiento anual medio del PIB ha rondado el 10% en China. Esa rápida progresión –que ha superado muy ampliamente el 3% registrado en los países desarrollados– ha tenido dos consecuencias. En primer lugar, ha producido un aumento del peso del país asiático en la economía internacional. Así, entre 1980 y 2005, su incidencia en el producto bruto mundial medido en función de la Paridad de Poder Adquisitivo (PPA) se ha triplicado, al pasar del 3, 4% al 15, 4%. En segundo término, China ha supuesto una parte esencial en el desarrollo del producto bruto entre 1995 y 2005. El coloso asiático ha sido responsable de una quinta parte de ese crecimiento, una proporción similar a la de Estados Unidos.
En realidad, más que de un fenómeno novedoso, hay que hablar de resurgimiento. Las estadísticas demuestran que China representaba un 17% de la economía mundial hacia 1870, porcentaje más que elevado. Las previsiones apuntan a que hacia 2015 volverá a alcanzar ese índice. Este renacer comenzó en 1978, cuando Deng Xiaoping, máximo dirigente del país, lanzó una estrategia de desarrollo basada en la progresiva apertura externa y en la liberalización interna de la economía.
Crecer al 10%
Esta reforma requería, para ser viable, ir acompañada de una inserción paulatina y pacífica de China en la comunidad internacional. Las principales variables macroeconómicas y su comparación internacional son el mejor testimonio del auge que se palpa, a la vez que permiten perfilar sus expectativas. El aumento de su PIB ha sido mucho mayor que el del resto del mundo. En 2000-2006, China se ha desarrollado a una tasa media de casi el 10% e India lo ha hecho al 7%, mientras que países como Alemania, Japón o Estados Unidos han experimentado índices del 2, 7%, 2, 2% y 3, 3%, respectivamente, durante 2006.
Como consecuencia de ese diferencial, el valor específico conjunto de China e India en el producto mundial, en términos de PPA, ha pasado del 6, 7% en 1980 al 21, 3% durante 2006. Si en 1980 el peso de China e India era inferior al de Japón, en 2006 fue tres veces mayor. La proporción del coloso chino ha transitado del 3, 4% en 1980 (un porcentaje similar al del Reino Unido) al 15, 4% en 2006.
En cuanto al comercio exterior, hay que destacar los incrementos anuales superiores al 20% de las exportaciones de bienes y servicios. China ha aumentado mucho su cuota en el mercado mundial de bienes, del 2, 5% en 1993 al 7, 5% durante 2005. Exporta más que Japón desde 2004, el doble que América Latina y más de la mitad que Estados Unidos. Respecto a las importaciones mundiales de mercancías, conviene subrayar que en 1993 fueron del 2, 8% mientras que en 2005 alcanzaron el 6, 3%.
Universitarios e I+D
Este vertiginoso auge ha repercutido directamente en el crecimiento económico y, por tanto, en la renta per cápita del país, que se está engrosando tres veces más rápido que las grandes potencias; un 7, 5% anual frente al 2, 1% estadounidense y al 2% europeo. Además, la inversión extranjera en China se ha triplicado en los últimos diez años.
No obstante, para convertirse en una potencia mundial necesita acrecentar el número de universitarios y la inversión en I+D. Dos campos en los que está llevando a cabo sustanciales avances (en la pasada década el número de patentes se multiplicó por cinco y los universitarios se han triplicado en los últimos 20 años), si bien deben ir acompañados de medidas que generen un mayor grado de confianza para los inversores internacionales como el establecimiento de un marco legal que garantice los derechos y libertades de la sociedad.
Si introduce estas reformas, China constituirá una seria amenaza para la vieja y aletargada Europa, cuya férrea defensa del Estado del bienestar afecta de forma directa a su competitividad y mina su actividad emprendedora. Este escenario puede llegar a dibujar un futuro donde el Viejo Continente se encuentre a medio camino entre la alta tecnología norteamericana y los bajos costes del gigante asiático.
¿La amenaza china?
Cuando China pasó a formar parte de la Organización Mundial del Comercio (OMC), en 2001, muchos de sus vecinos (Tailandia, Malasia, Singapur, Filipinas, Indonesia, Taiwán y Corea del Sur) lo percibieron como una alarma. Si ya se erigía como un fuerte competidor en el mercado mundial, con la entrada en la OMC, estos países temieron que el desmantelamiento de las barreras comerciales requerido por el organismo convirtiera a China en un país aún más irresistible para el capital extranjero, desviando la inversión que, de otra manera, podía haber ido a parar a sus territorios. Sin embargo, no parece que haya sucedido así. Ciertamente, la inversión extranjera ha aumentado de forma considerable. En 2004 Japón se convirtió en el tercer exportador del mundo, sólo superado por Estados Unidos y Alemania.
Impulsando una estratégica reorientación de la política exterior, las autoridades chinas llevaron a cabo, a lo largo de la década de los noventa, una exitosa táctica de acercamiento a sus vecinos de Asia-Pacífico, que incorpora tanto elementos políticos y estratégicos como económicos. En el marco de esa estrategia multilateral se incluyen algunas de las principales acciones chinas durante esos años: los acuerdos con Rusia; el ingreso en la OMC; su incorporación en 1991 al Foro de Cooperación Económica de Asia-Pacífico (APEC) y al Foro Regional de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) en 1994, así como la activa promoción y participación en el Grupo de los Tres (China, Japón y Corea del Sur).
Estrategia multilateral
China espera que la aplicación de esta estrategia multilateral genere unas bases estables y duraderas para la gradual articulación económica y política de la región, venciendo recelos e inseguridades en otros países. También, sería positivo que incrementase su influencia regional a fin de consolidar las bases de apoyo necesarias para sus intereses en el marco internacional. En definitiva, lo que persigue es avanzar en la creación de un polo de poder económico significativo en Asia, que contribuya a disminuir la influencia de Estados Unidos.
Los diez países de la ASEAN han experimentado un reforzamiento en las entradas de inversión extranjera explicado en buena parte por la expansión económica de China. Ello se debe a que una máquina tan grande favorece al conjunto de la zona. De hecho, gran cantidad de piezas y componentes fabricados en ese país se ensamblan en naciones vecinas como Tailandia, Malasia, Filipinas, Indonesia, Taiwán o Corea del Sur. Es por ello que el ingreso de China en la OMC ha supuesto la creación de complejas, pero cada vez más eficientes, redes de producción en el área.
Más especialización
El comercio interior de Asia del este se ha intensificado incluso más rápidamente que el comercio de la región con el resto del mundo, provocando una mayor especialización e integración entre los países de dicha área. La enorme consistencia del crecimiento de China ha alterado el curso de los flujos comerciales en ese continente.
Un estudio al respecto publicado el año pasado por el Centre d’Études Prospectives et Informations Internacionales de París afirmaba que el impacto de China en la región a lo largo de la última década se debe, en parte, a un cambio en la estructura exportadora japonesa, que ha pasado de vender productos acabados a Europa y Norteamérica a exportar piezas y componentes de alta tecnología dentro del continente asiático. Es significativo, además, el hecho de que Japón importa ahora de su vecino artículos terminados (por ejemplo, ordenadores y consumibles de oficina). Países como Corea del Sur, Taiwán, Hong-Kong y Singapur también han cambiado el sentido de sus relaciones comerciales hacia China en detrimento de las naciones ricas de Occidente.
En definitiva, las relaciones que vinculan a China con sus vecinos suponen un complejo entramado de acuerdos de cooperación regional y subregional. El objetivo es lograr la creación de agrupaciones multilaterales como es el caso de la ASEAN o la APEC. Para la locomotora de Asia y los países del área es fundamental mantener unas relaciones relativamente estables y reducir su dependencia comercial y económica de los Estados Unidos.
China redibuja el mapamundi económico
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