La alta velocidad que alcanzan estos vehículos es posible gracias al denominado ‘efecto suelo’. Este efecto aerodinámico permite que los ekranoplanos modernos vuelen a escasos 30 centímetros del mar para aprovechar el aire generado y aumentar la rapidez del vehículo, que es impulsado por tres motores eléctricos, uno en cada ala y un tercero en la parte trasera. De hecho, esa es su gran ventaja para el transporte de mercancías. “Desde el punto de vista logístico”, expone el fundador y consejero delegado de RDC Aqualines, Pavel Tsarapkin, “las naves con ‘efecto suelo’ son más competitivas en aquellas operaciones que priorizan la velocidad”. Por esta razón, si los comparamos con los portacontenedores, “este tipo de vehículos está más enfocado a la operación de distancias relativamente cortas”. En sus previsiones de aproximación al mercado, la compañía estableció algunas rutas potenciales entre Hong Kong-Macao-Shenzhen o entre Miami-Bahamas-Cuba.
EL ‘MONSTRUO DEL MAR CASPIO’
Aunque en la actualidad estos híbridos entre barcos y aviones se destinen a actividades pacíficas, los ekranoplanos originales se construyeron en plena Guerra Fría con fines militares. Su nombre también tiene raíces rusas: se trata de una palabra derivada del efecto suelo, ‘ecranniy effect’. A comienzos de la década de 1950, al ingeniero soviético Rotislav Alexeiev se le ocurrió fusionar ambos modos de transporte para mover soldados y suministros por mar utilizando la velocidad del avión. Y a Nikita Jrushchov, máximo dirigente de la URSS en aquellos años, le pareció tan buena idea que le concedió fondos ilimitados para desarrollar su investigación. Así, Alexeiev consiguió dar vida a los primeros barcos-aviones que ya entonces alcanzaban altas velocidades.
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